Escúchame, Silvia

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Escúchame Silvia, te he traído hasta aquí por una razón. Aunque estés atada y amordazada, debes confiar en mí, por eso somos amigas. No te preocupes corazón, estoy aquí, contigo —beso tus mofletes—. Mira mis ojos, respira; acuérdate de cómo jugábamos juntas a la rayuela. ¡Cómo te tiemblan los brazos, cariño! —Arremango tu camisa— ¡Oh dios mío! ¿Quién te hizo estas marcas? ¿Fue papá? Qué manía tienen los papás de apagar los cigarrillos en la piel. ¿Te cuento un secreto? No eres la única, mira —te muestro las siete quemaduras de mi brazo derecho, los cortes de mi muñeca atraviesan las más cercanas a mis manos—. Por eso siempre uso muñequera debajo del jersey.

Desde que te vi aquella tarde en el patio del colegio, supe que compartíamos el mismo secreto, siempre lo supe. No dejaré que te vuelvan a hacer daño, pero te tendrás que quedar conmigo una temporada. Tranquila, mi papá no dirá nada, ya no puede —me río—. Aquí nadie vendrá salvo nosotras dos, ni siquiera la arpía de Jessica. Nunca permitiré que te vuelvan a poner la mano encima. Seremos hermanas para siempre.

¿Sigues asustada? Perdona cielito, todavía no te he quitado la cinta. Igual te duele un poco. Prométeme que no gritarás ¿vale? —te mantienes en silencio—. Genial, así me gusta. Sabía que podía confiar en ti, Silvi. 

Por cierto, no te quise decir nada porque me daba vergüenza, pero ayer cumplí doce años. No te enfades, porfa. Yo te quería invitar para celebrarlo, pero papá me castigó. Me obligó a jugar a esa cosa tan rara. Habría sido más divertido jugar contigo Silvi —te beso en la boca—. ¿Quieres un poco de tarta? La hice yo misma, papá siempre me obligaba a cocinar. Espérame aquí un momento…

He tardado un poco más de lo previsto pero aquí traigo la tarta. Toma, dale una probadita —te acerco una cucharada, y saboreas el dulce chocolate— ¿Te gusta? Iba a hacerla de fresa, pero me enteré de que eres alérgica. ¡Qué callada te lo tenías! Aunque tú eres tan tímida que dan ganas de mimarte.

¿Te acuerdas de cómo saltábamos juntas a la comba? Cuánto nos reíamos, y cuántas veces tuvimos que huir de Jessica y su grupito.  Durante todas las veces que nos persiguieron tú nunca temblabas, ni siquiera el día que nos acorralaron y nos pisotearon. Tú solo temblaste el día que nos robaron la comba ¿Verdad, Silvia? Por eso te até con ella: para tranquilizarte.  Lamento haberte traído así hasta aquí, pero… es que sencillamente no sé qué hacer. Incluso dudo de que este momento entre nosotras sea real. No, es real, lo sé. Pero yo no te dormí, fue papá, por favor créeme.

Me he portado mal contigo ¿Verdad? Te tengo aquí retenida, sin posibilidad alguna de moverte, es injusto. Te desataré —desenrosco las cuerdas que te mantienen atada a la silla—. Ya está ¿Ves? Eres libre.

Sé que te cuesta mucho hablar; dicen tus padres que no eres muda, pero a veces me lo planteo. ¡Ey! Tengo una idea. Acompáñame al salón —me sigues hasta el salón, donde cojo una libreta y un bolígrafo—. Como sé que te gusta mucho leer, he pensado en que podríamos imitar a esos cuentos de fantasía que te permiten escoger varias opciones.  Mira, yo escribo por ejemplo esto en la lista:

a) Saltar a la comba

b) Jugar a papás y mamás

Y ahora tú decides Silvia ¿Qué te parece? Puedes ir adonde tú quieras.

¿Sabes? En ocasiones tengo la sensación de que, cuando me miras, lees a través de mí, como si no fuese más que un personaje que te acompaña. ¡Qué extraño! Cuando te siento tan cerca, todos los recuerdos que me atormentan parecen irreales (como inventados por ese sádico —murmuro—), pero tú de eso no tienes la culpa. Seas quien seas yo te querré, Silvi.

¡Ay! ¡Si nunca has estado en mi casa! ¡Qué tonta soy! No te he explicado donde está mi cuarto, ven, sígueme —Las paredes agrietadas forman en tu imaginación figuras que crees haber visto con anterioridad. Identificas el grosor de una cuerda, que sobre las húmedas grietas te recuerda a esa vieja comba con la que ambas jugábamos tiempo atrás. Subimos las escaleras que nos llevan a la segunda planta. En el largo pasillo destacan dos cuadros: uno de un tiovivo, y otro de un hombre que desconoces. Parece joven. Sabes que no es mi padre, pero tras un ligero escalofrío percibes su presencia en aquella estancia. El hedor de la sangre emana del retrato, o de la sala contigua—. Papá nos ha prohibido entrar en su cuarto, dijo que dormiría hasta tarde —Sin embargo, la puerta está entreabierta.

 No, no vayas por ahí. No entres por favor. ¡Silvia! —Hallas tras la puerta el cadáver desnudo de mi padre. Las costillas sobresalen de la carne desgarrada de su abdomen. La sangre seca ha manchado la colcha, y parece haberse deslizado hasta el parquet— ¡No… no te asustes, Silvia! ¡No tuve otra opción! Papá me hacía cosas que… me obligó a… —cierro los ojos tratando de salvaguardar las lágrimas que caen sobre mis mejillas—. No sabes lo duro que ha sido Silvi. Mis acciones parecían desligadas de mi cuerpo, es como si no fuese nada más que un títere controlado, no por un espíritu o por un demonio, si no por la ira de ese hombre que… una ira que, a pesar de las cosas que me hacía mi padre, ni siquiera me pertenece.

Noto como imbuye en mí sus pensamientos retorcidos —ahórcate—. Presiento una agonía que me estrangula —Sabes que te encanta saltar a la comba—. Ese hombre está enfermo, ayúdame Silvi, por favor —inspira, respira (pienso mientras te abrazo) —. Gracias corazón, y perdona por haberte mentido con lo de Papá. Debes pensar que estoy loca —Sé que puedes leerme—, pero aún así sigues apoyándome, a pesar de las cientos de imágenes que recorren mi mente.

Durante las últimas semanas me asalta la imperiosa necesidad de morir —No podrás evitar su destino—, como si otro ser escribiese los cortes sobre mi muñeca, similar a un eco que recita cada una de mis emociones, y me tienta a cometer los actos que tanto anhelo; atraerte hasta mí fue idea suya; matar a papá fue idea suya; y ahora trata de hacer realidad esa imagen en que esa comba…—será la causa de su muerte, pero eso ya lo sabes, ¿No, corazón? Permanece bajo tu avatar. Disfruta—. Sé que me he portado mal, pero… no entiendo por qué sonríes.

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