Sábanas Blancas

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Radio estéreo les da la hora y el clima: Son las cinco de la mañana en punto. Por la tarde se pronostica un breve pero intenso chubasco.

Un gato negro menea la cola mientras pasa sobre el borde de una barda. Nelly lo ve desde la ventana de su cuarto. El rocío húmedo y fresco le pega en la cara. Ahora sonríe, la noche le hace ilusión; dormirá junto a su amado. Se vuelve y mira las sábanas blancas desarregladas. Sin embargo, tiene en mente la hora. El tiempo apremia y no puede hacer la cama. Hasta su regreso, dejará todo impecable. Por lo pronto necesita ser puntual en su trabajo.

A las seis de la mañana, apaga la radio y sale del edificio. Apenas camina un par de cuadras cuando escucha unas pisadas a escasos metros detrás de ella. Se detiene por un instante y voltea. Sus vellos se erizan al momento en que un hombre se frena y la mira profundamente. Su instinto le advierte peligro, gira y continúa caminando a prisa. En segundos, siente un apretón en su antebrazo y se tensa automáticamente. Sobre su cuello, siente el filo y la frialdad de una navaja. Ya no puede hablar, gritar o dar cualquier señal de alarma porque podría morir.

Nelly siente que le arrebatan su vida. ¿Dónde están los héroes en la tierra? ¿Dónde está Dios que la cuida? Entre los jalones que la someten para dirigirla, quien sabe a donde, suplica para que el hombre la deje en paz.

De repente, un aguacero sorprende a su agresor. Nelly forcejea, no le importa morir en la lucha si ya ha perdido su libertad. Grita, y por consecuencia, recibe un puñetazo en la cara. Al caer, alcanza a tirar un bote de basura, pero es inútil, el ruido no alerta a nadie y el hombre la arrastra hacia un callejón solitario.

Los golpes que recibe hacen que esté tendida sobre el asfalto mojado. Ojalá tuviera fuerzas para quitarse de encima al hombre e impedir que la despoje de su blusa. Pero en cambio, solo cierra los ojos y baja los brazos. Golpea con sus palmas el asfalto mojado en señal de protesta, salpicando unas gotas minúsculas al aire que nada hacen para amortiguar el dolor que siente. El instante es insoportable, hasta que sus dedos entre el agua chocan contra algo punzante. Solloza por el milagro, ya sabe lo que puede obtener.

Sin remordimiento, clava la navaja en el cuello del hombre que le iba arrebatar su tranquilidad. Ve cómo su pecho y sus manos se manchan de sangre. Grita y llora, sintiendo que acaba de recobrar su vida. Aterrorizada, empuja el cuerpo de ese hombre horrible.

No sabe cómo lo ha logrado, pero ya está de pie. Se abraza a sí misma para cubrir sus pechos. Nunca se sentirá culpable por desearle la muerte a ese hombre que se desangra en un charco de agua; solo cree que la lluvia la libera de toda impureza. Y entre sollozos, empieza a caminar.

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