Portadoras Del Horizonte Roto

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El viento de Kuyar Prime nunca descansaba. Se deslizaba por las mesetas rojizas como si buscara algo, dejando el cielo despejado en un tono casi metálico. A primera vista, el planeta parecía un desierto inmenso, interrumpido solo por cortes rectilíneos que cruzaban la superficie de un extremo a otro. Los colonos les decían “Horizontes Rotos”, Para Tara Ilk, esos cortes no aceptaban excusas fáciles; cada vez que veía una falla perfecta, más aumentaban su curiosidad. El amanecer la encontró inclinada sobre un escáner portátil, trazando líneas en su tableta electrónica. A su lado, el polvo rojizo cubría sus botas. Había pasado semanas enteras midiendo desviaciones, levantando modelos tridimensionales, comparando distancias. Y aquel día, por fin, confirmó lo que había presentido: las grietas seguían un patrón, un ritmo, una geometría que ningún proceso tectónico conocido podía explicar. Detrás de ella, apoyado en una roca, Eydren Vosh bebía agua de una cantimplora. Ex–militar y actual escolta. Era escéptico por naturaleza, pero respetaba a Tara, suficiente como para seguirla a un planeta tan seco y silencioso.

—“¿Otra vez con tus mapas?” —preguntó, guardando la cantimplora.

—“No son solo mapas” —respondió ella sin levantar la vista—. “Aún hay que comprenderlos”.

Eydren hizo un gesto, una especie de resignación ante lo inevitable. Tara vivía obsesionada con los Horizontes Rotos, y él, aunque no lo admitiría en voz alta, tenía curiosidad por ver adónde la llevaría. Lo que ninguno de los dos esperaba fue la aparición del pequeño ser que se posó en la tienda de campaña. Una Kuyana, de plumaje ocre claro y ojos brillantes. Las Kuyanas eran aves pequeñas, rápidas, conocidas por sus vuelos breves y su costumbre casi ritual de moverse en parejas. Pero esta no se parecía a las demás. Su plumaje tenía una tonalidad casi blanca, como si reflejara la tenue luz de las estrellas.

Emitió un breve canto, una secuencia casi rítmica: “tah — tah — uum — tah”.

Tara levantó la cabeza de inmediato. Ella tenía una memoria prodigiosa para los patrones, y aquel canto coincidía con un mapa que llevaba horas revisando.

—“No puede ser…” —susurró—. “Es la misma secuencia que marqué en el filo norte”.

Eydren se acercó, parpadeando con incredulidad.

—“¿Estás diciendo que un pájaro te señala un punto en el mapa?”.

—“No solo un punto” —dijo ella—.

La Kuyana saltó al suelo, caminó dos pasos y volvió a emitir la secuencia. Después, se giró y aleteó con suavidad, como si los invitara a seguirla. Tara no dudó. La grieta que encontraron tras una caminata de casi una hora no era como las demás. Las otras fallas descendían a unos metros de profundidad antes de perderse. Esta era distinta: una línea luminosa recorría el fondo, un brillo delgado, casi un borde trazado con precisión. Eydren apuntó su linterna. La luz se partió en dos haces que se alejaron en direcciones opuestas. La Kuyana emitió su canto. La grieta respondió, la tierra tembló suavemente. Una plataforma circular ascendió desde el fondo, como si hubiese estado esperando justo debajo de la superficie. Tara sintió cómo se le erizaba la piel.

—“Si este planeta fue diseñado” —dijo en voz baja— “quiero saber quien lo hizo”.

El descenso fue silencioso. Cuando el ascensor se detuvo, se encontraron dentro de una cámara amplia, tan lisa y pulida. Pero lo más llamativo era el símbolo repetido en cada muro: la figura estilizada de una Kuyana. Tara avanzó con pasos lentos. Su mano tembló cuando tocó uno de los paneles. Un holograma se desplegó ante ellos. Docenas de Kuyanas volando en formación sobre un cielo oscuro. Luego, una estructura gigantesca, como un entramado cristalino. Aves posadas en nodos de energía, generando líneas que recorrían la superficie entera.

—“No son aves” —murmuró Tara, incapaz de apartar la mirada—. “Son biosensores”.

El holograma cambió entonces. Una fractura enorme se expandía por el planeta representado. Una grieta que no seguía el patrón. La Kuyana que los había acompañado —que Tara ya empezaba a llamar “Ludmira”— se posó en su hombro. Su canto fue corto, angustiado. Algo grave estaba ocurriendo. Regresaron a la superficie justo cuando el sol empezaba a inclinarse. Las Kuyanas estaban inquietas; se movían en círculos. El viento se detuvo de golpe. Las aves comenzaron a moverse. Volaban formando líneas, curvas y figuras que recordaban diagramas antiguos. La grieta vibró, como si respondiera a aquella danza aérea. Pero la vibración era inestable. Algo faltaba.

—“Necesitan más energía” —dijo Tara—.

—“¿De dónde?” — dijo Eydren.

—“De la colonia. Los generadores de plasma”.

—“¡Eso apagaría todo por días!” —protestó él—.
 

Tara lo miró directamente, con una firmeza que él no había visto antes. El cielo adquirió un tono verdoso. Las tormentas empezaron a formarse, como si algo rasgara el cielo. Tara corrió hasta la antena de comunicación y llamó a la estación central.

—“Necesito desviar toda la energía del sector siete” —dijo, casi sin respirar.

Hubo un silencio largo. Luego habló el director colonial:

—“¿Es una broma?. Eso nos dejaría indefensos”.

Eydren le arrebató el transmisor.

—“Director, escúcheme bien” —gruñó—. “Ese corte se está expandiendo. Si no hacemos algo, la meseta entera se vendrá abajo. Y después las demás. No exagero...”.

Finalmente, la red energética comenzó a desviar potencia. Las Kuyanas descendieron hacia la falla. Sus cuerpos empezaron a iluminarse desde dentro, como si tuviesen una fuente de energía oculta en los huesos. Ludmira se colocó en el centro de la grieta, extendió las alas y emitió el canto inicial.

“tah — tah — uum — tah”.

De pronto… Silencio. La grieta empezó a cerrarse. Primero despacio, luego a gran velocidad. Los Horizontes Rotos, esas cicatrices perfectas, se suavizaron. La atmósfera recuperó su tono habitual. El cielo volvió a estar quieto. Las semanas siguientes fueron un torbellino de trabajo. Los colonos, al enterarse de la verdadera función de las Kuyanas, cambiaron por completo la forma en que las veían. Ya no eran aves del desierto, sino guardianas de estructuras invisibles que mantenían unido el planeta.

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