La Guardiana De Ná

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La densa bruma cubría los bosques de Ná como un manto espectral, envolviendo las antiguas ruinas, vestigios del pueblo nativo, los Selyth. Kaelyna, última guardiana, avanzaba en silencio, sus movimientos felinos deslizándose entre la vegetación. Desde hacía siglos, su gente había resistido a distintos invasores, pero ahora se enfrentaban a otro tipo de enemigo: la aniquilación silenciosa. Desde que los primeros síntomas del virus se manifestaron, las aldeas de los Selyth se tornaron en lugares de muerte. Al principio, las víctimas solo mostraban debilidad, pero la fiebre los mataba. Kaelyna había visto caer a sus familiares y amigo. Ella, única e inmune a la enfermedad, comprendía que el destino de su pueblo pendía de lo que iba hacer. Sabía que el virus no había surgido de los bosques, ni de las bestias de Ná. Era una obra de los científicos del Imperio Estelar de Helo. Si los Selyth desaparecían, el Imperio reclamaría su mundo sin resistencia alguna.

La información que había obtenido era clara: el centro de operaciones donde se almacenaban los registros del virus se encontraba en la nave insignia del Imperio, “la Daga de Alban”. Kaelyna debía infiltrarse en ella y destruir la amenaza. Con un sigilo absoluto, abordó una nave transbordadora. Oculta en el compartimiento de carga, el viaje fue corto. Cuando el transbordador abordo la nave insignia y abrió la compuerta, Kaelyna ya había desenvainado su cuchilla curva. Se deslizó por los pasillos, observando cada detalle. Su instinto le decía que no estaba sola.

—“Sabía que vendrías” —dijo una voz a su espalda.

Kaelyna giró en un instante, con su arma lista. Frente a ella estaba Orion Valen, capitán del Imperio, su rostro estaba serenos.

—“No soy tu enemigo” —continuó él—. “Sé lo que han hecho con tu pueblo”.

Kaelyna no confiaba en un imperial, no después de lo que habían sufrido.

—“El Alto General Alaric Dorne ordenó la creación del virus para debilitar a tu pueblo” —prosiguió Orion—. “Usaron prisioneros para probarlo, y dedujieron que tarde o temprano el ADN de tu pueblo desarrollaría una inmunidad, nunca pensamos que podrías ser tú. Ahora lo saben y quieren capturarte”.

Orion exhaló con pesar.

—“Porque creí en el Imperio. Creí que traíamos orden a la galaxia, pero esto… esto es un genocidio disfrazado de estrategia. Y no puedo ser parte de ello”.

Por un momento, un silencio incomodo se instaló entre ambos. Luego, Kaelyna bajó la cuchilla, sin apartar la mirada de él.

—“Entonces dime dónde guardan los datos del virus”.

Juntos, avanzaron por la nave, esquivando patrullas y accediendo a áreas restringidas. En el laboratorio principal, encontraron los archivos que Kaelyna buscaba.

—“Aquí está —dijo Orion, navegando por la interfaz—.

Orion asintió y activó la secuencia de eliminación de datos. Pero en ese momento, la alarma de la nave resonó con fuerza. Antes de que pudieran moverse, la puerta se abrió con un siseo metálico y un grupo de soldados entró en formación. Detrás de ellos, avanzó una figura imponente: Alaric Dorne.

—“Siempre fuiste un sentimental, capitán Valen” —dijo el general, con voz firme—.

Orion alzó su arma, pero Kaelyna ya estaba en movimiento. Orion la cubrió, disparando a los que intentaban rodearla. Pero cuando se volvió hacia Alaric, Su cuchilla encontró su objetivo.

Alaric Dorne cayó al suelo, con la sangre oscura escurriendo de su pecho.

Orion tomó el brazo de la muchacha. Juntos, corrieron hasta un módulo de escape. Mientras la Daga del Alba ardía a sus espaldas, Kaelyna observó la inmensidad del espacio y supo que la batalla aún no había terminado. Ná necesitaba a su guardiana. Y ella estaba lista para luchar.

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