Realidad Virtual

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Aquel verano tenía un calor insoportable, ganas de jugar videojuegos hasta la madrugada y una cantidad de tiempo libre impresionante. Digno de una adolescente promedio de 16 años. Estaba muy relajada en mi habitación cuando recibí un par de mensajes de mis amigos. Los chicos hablaban de un nuevo juego cooperativo que parecía película, era en realidad virtual y el objetivo sería seguir a los personajes principales para avanzar dentro de la trama y vivir el terror de manera más personal. Kev mencionó haberlo probado por algunos minutos y que, según él, sería el mejor juego del año. 
Dejé atrás mi flojera veraniega y me dispuse a conectarme con Kev y los demás chicos. Todos teníamos tiempo libre esa noche, así que descargamos el juego y nos pusimos nuestros lentes de realidad virtual. Kev nos dio algunas instrucciones básicas y el grupo completo se posicionó detrás del protagonista, dentro del juego, y dimos un par de pasos. La experiencia fue totalmente inmersiva, cada detalle del juego estaba cuidadosamente planificado para dar miedo y causarte incomodidad. Sin embargo, sólo alcanzamos a jugar unos cinco minutos antes de que repentinamente se cortara la luz y nos dejara a todos sin internet. Dejé salir un potente grito de desgracia e intenté sacarme los lentes de realidad virtual, pero, al momento de tocarlos, una intensa corriente recorrió todo mi cuerpo y me dejó tambaleante. Mi cabeza dolía y, por alguna razón, seguía escuchando a mis amigos en la llamada. Los escuchaba gritando por ayuda, con un tono desesperado y angustiante. 
Mi vista comenzó a nublarse, ya no podía reconocer nada delante de mis ojos y de pronto dejé de escuchar a mis amigos. Estaba mareada y confundida. Ya no estaba en mi habitación. Intenté buscar alguna salida, ya que no reconocía el lugar donde me encontraba. Todo parecía inútil hasta que me topé con lo que parecía ser una jaula gigantesca, construida con vidrio templado de color gris. Allí logré ver mi reflejo, con la misma ropa que vestía mientras estaba en mi habitación, pero no traía puestos los lentes ni los audífonos. Miré a mi alrededor intentando reconocer algo, pero todo estaba muy oscuro, desgastado y con un fuerte olor a húmedo, como si nunca nadie hubiese vivido ahí. 
El pánico estaba por invadirme hasta que, a un costado de aquella jaula, comenzó a titilar una brillante luz roja que cambió mi atención. Mientras aquella luz inundaba la escena y la hacía parecer más tétrica de lo que ya era, la jaula comenzó a abrirse lentamente y mi reflejo se reemplazaba por un oscuro vacío. Del vacío, una figura bestial, escasamente iluminada de rojo y muy difícil de distinguir en un principio, parecía estar lista para atacarme. Una vez que la jaula ya estaba completamente abierta, las luces rojas cesaron y en su lugar el interior de la jaula se iluminó de tonalidades violetas. 
Yo permanecía incapaz de moverme de mi lugar, como si un campo magnético me tuviera inmóvil en ese punto específico, donde ya ni siquiera podía girar mi cabeza para dejar de ver a aquella aberración. Decenas de dientes afilados manchados de sangre brillaban y dejaban caer hilos de saliva al suelo, creando un charco bajo sus largos pies descalzos. Su piel uniforme, oscura y lisa asemejaba un traje de látex. Comenzó a hacer gestos, jadear, hacer como que olfateaba a pesar de no tener ninguna nariz visible. Sus largos brazos se dirigían directamente hacia mí, para luego dar un par de pasos más, hasta llegar justo frente a mis ojos. A pesar de ello, aquella cosa tampoco podía ir más allá, también tenía cierto rango de movimiento establecido. Estaba a centímetros de lograr tocarme, pero no podía, lo cual pareció enojarlo de sobremanera, dejando salir chillidos ensordecedores.
Comenzó a hacerse más y más pequeño mientras sus chillidos se atenuaban lentamente. Su masa disminuía al mismo tiempo que desaparecían sus dientes, y su piel se volvía cada vez más clara y suave. Al final de su metamorfosis, se logró ver un pequeño niño de no más de 6 años, con ojos azules irritados por su llanto descontrolado, con diversas manchas de sangre y tierra. Un hedor a metal húmedo inundó todo el escenario, mientras que una niebla espesa recorría mis pies. Su pequeño brazo hizo una seña, con la intención de que mirara hacia su lado derecho. Apuntó hacia un pequeño botón. El niño, asustado, expresó que aquel botón haría que se lo lleven para siempre. Comenzó a llorar más y a suplicar por ayuda para que “ellos” no logren llevárselo. 
Aquel campo magnético que me sostenía desapareció por un momento y, ante la presión que me invadía al ver a aquel pequeño acercándose cada vez más hacia mí, decidí ir y presionar el botón. No podía arriesgarme, aquel niño tenía el poder de transformarse en un monstruo, o tal vez el monstruo quería engañarme haciéndose pasar por un pequeño niño. La jaula comenzó a bajar como consecuencia de mi decisión, y con su voz distorsionada, el niño maldijo hasta a mis familiares más lejanos, mientras un par de cadenas le envolvían su cuerpo. 
En ese momento, las luces se transformaron en azules, y se desbloqueó un pasillo que dejaba ver una tenue luz blanca. No me quedaba más que avanzar. 
Ahora, gracias al cambio de iluminación, el lugar parecía ser una especie de hospital. Mientras avanzaba por el pasillo se veían habitaciones con camillas, insumos médicos, y personas muy altas con batas blancas. Pero, no era un hospital cualquiera. En las camillas yacían personas con extremidades cortadas, algunos con partes de su piel extirpada. Su musculatura se veía palpitar al descubierto, y en varios casos se podían ver órganos expuestos.
 Después de unos segundos de caminata apareció ante mí un médico un tanto particular, que inmediatamente dirigió su mirada hacia uno de los enfermos que se quejaba de un dolor punzante. El médico preguntó por mi ayuda a la vez que las luces nuevamente se tornaban rojas. Pensé unos segundos en cómo escapar de la situación, pero nuevamente el campo magnético me apresaba para cumplir esta misión. Tuve que adentrarme más en la habitación, y ayudar a aquel extraño con sus herramientas y la limpieza. La piel del paciente despedía olor a podrido y con cada respiración parecía tener más ganas de morir. Sus ojos rojos y llorosos me comunicaban el inmenso pesar de su existencia, haciendo que me invadan las ganas de sacarlo de allí. Intenté distraer al médico una vez terminado el proceso, y estuve a milímetros de tocar la camilla del paciente. Me interrumpió la gélida voz del médico: “Deja eso ahí y sigue tu camino, o te vas a arrepentir”, me dijo. 
Salí rápidamente de allí con el estómago revuelto, y logré meterme a otra sala con luces blancas. Pude respirar y descansar un momento para procesar todo lo que estaba pasando, pero, mi corta calma se vio interrumpida por la vibración de un celular en mi pierna. Lo tomé inmediatamente, pensando en ello como mi salvación. En la pantalla no se distinguía casi nada, solo un par de luces de colores, por lo que presioné en cualquier lugar con la esperanza de poder contestar. 
Pasó de nuevo. Una corriente recorrió otra vez mi cuerpo y me dejó igual que antes. Mareada, con ganas de vomitar, pero esta vez al recuperar la vista, me encontraba en mi habitación. Todas mis cosas estaban tiradas por alrededor, ya no tenía puestos los lentes de realidad virtual y, en mi mano, tenía mi celular con una llamada telefónica en proceso que decía: Kev. 
Por ese momento me sentí aliviada, ya que probablemente todo había sido un sueño. “Amigo… no sabes lo que me pasó”, dije entre risas. Kev también soltó una carcajada, seguido de una inquietante advertencia: “Debes ser valiente para lo que sigue”. 
La llamada se cortó y las luces de mi habitación se tornaron rojas. Unos pasos lentos y pesados se escucharon a lo lejos, y una sombra espantosa se dejó ver a través de mi ventana. Desde ese momento he permanecido huyendo y con la duda incesante de dónde me encuentro en realidad, cuándo parará esta tortura, por qué un amigo decidió hacerme esto, y si es que algún día las luces rojas dejarán de traer a mis peores pesadillas. 

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