El Silencio Habla

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Tamauro, era un pueblo tranquilo y apartado. En este habitaban pocas familias, la gran mayoría de la gente joven que allí nacía se marchaba buscando mejores oportunidades de vida. Tamauro era un poblado campestre, la única actividad económica de relevancia era la siembra de claveles y a eso se dedicaba Otelo, un joven que se negó a marcharse del lugar y se dedicó con gran pasión a cultivar estas flores.

En el pueblo también vivía doña Fidelina, era la más longeva de Tamauro, ella   fabricaba muñecas de trapo de distintos colores y tamaños, las armaba con retazos de tela, mecatillo, cordones y cualquier otro material que le pasaba por su cabeza. Todas estas muñecas eran vendidas en “Pueblo Grande”, así se llamaba la población más cercana a Tamauro. Con doña Fidelina convivía su nieta Luzmila, desde que su madre falleció dando a luz a Luzmila, su abuela se ocupó de ella. Esta chica nació con una condición, era sordo muda, es decir, su única comunicación con el mundo era a través de las señas. En la vida, solo aprendió labores de casa, tejer y fabricar muñecas como lo hacía su abuela.

En la casa de doña Fidelina también vivía un gato, era su adoración; lo alimentaba bien, hablaba con él, lo aseaba, y a veces solía pasearlo. La gente del pueblo murmuraba que doña Fidelina quería más al gato que a su propia nieta y no existía exageración en dichos comentarios, ya que la doña tenía tratos muy crueles para con su nieta.

Otelo vivía muy cerca de doña Fidelina. Este chico era muy divertido, le gustaba bailar, hacer bromas y cantar, esta última afición no le salía del todo bien, pero a él poco le importaba, cosa que a doña Fidelina le causaba mucha ira y desesperación, no toleraba el oírlo, muchas veces le gritó improperios e insultos con el tono de locura que la caracterizaba, pero el chico hacia caso omiso y continuaba con su canto desafinado y cultivando sus claveles. En el fondo, él sabía que a doña Fidelina le faltaban algunos tornillos en su azotea.

Lo contario ocurría con el gato de doña Fidelina, a Pucho (de esta manera apodaban al gato) le fascinaba cuando Otelo cantaba, se iba de inmediato a su patio de cultivo y se extasiaba oyendo los alaridos del muchacho, algunas veces hasta maullaba como haciéndole coros. Otelo le llamaba “gordo”, debido a su gran volumen de grasa y pelos. A doña Fidelina no le hacia ninguna gracia la cercanía de Pucho con el bueno para nada (según ella) de Otelo. Cuando el gato se pega su escapada para visitarlo y oírle cantar, la doña no se apartaba de una de sus ventanas que daba directo al patio y no le quitaba la mirada de encima al joven, lo veía con frialdad y mucho odio.

De esta manera transcurrían los días de los lugareños del pintoresco pueblo de Tamauro.

En una mañana muy soledada y resplandeciente, Luzmila se encontraba lavando un montón de telas para hacer las muñecas y desde el patio no dejaba de mirar a Otelo, era imposible disimular lo mucho que le gustaba, ella le sonreía y coqueteaba desde la distancia marcada de ambos patios y Otelo le devolvía el gesto. Sí, ambos se gustaban. Doña Fidelina, quien era muy despierta y maliciosa, notó de inmediato el olor a amor en el ambiente y acto seguido llama a Luzmila desde la cocina y cuando esta entra le propina una paliza con un chaparro ponzoñoso que preparaba con diferentes ramas. Le advirtió que de sorprenderla coqueteando nuevamente la echaría de su casa, doña Fidelina hizo más señas que un fiscal de tránsito para que a su nieta le quedara claro. Algo que a ella le aterró.

Al día siguiente, sale doña Fidelina junto a Luzmila, con un cargamento de muñecas para comerciarlas en Pueblo Grande. Otelo también se dirigía a dicho pueblo a llevar sus claveles, habitualmente se trasladaba en su camioneta vieja. Al verlas, muy amablemente les ofrece el aventón, pero fue ignorado por completo, ni siquiera Luzmila le sonrió como acostumbraba.

Ya por la tarde de ese mismo día, doña Fidelina y su nieta regresan a casa y la doña se percata que su gato Pucho no estaba por ningún rincón, la verdad era extraño que el animal no las recibiera moviendo su cola y ronroneando.  La doña comienza a llamarlo, alza la voz y repite su nombre muchas veces, pero todo  fue en vano, Esa noche la pobre Luzmila no logró pegar un ojo, su abuela estaba tan mal por la desaparición del gato que no dejaba de hablar disparates y en una de tantas expresó: estoy del todo segura que fue Otelo quien raptó a mi gato, lo hizo porque te alejé de su persona. Pobre de él, no sabe con quién se metió. Luzmila no sale de su asombro por todo lo que la doña exteriorizó.

La mañana del domingo, pasa muy temprano el señor Rico, este era un buen amigo de Otelo, detuvo su caballo, lo saludó y le dijo: oye, Otelo, ¡muchas gracias por el asado!, estuvo muy delicioso y continuó su camino. Doña Fidelina, que siempre estaba al pendiente de la vida de Otelo y más ahora después de lo acontecido con Pucho, oyó al señor Rico hablar y enseguida comenzó a llorar desconsoladamente, Luzmila se acerca y trata de ayudarla, sin embargo, su abuela la empuja y le hace saber a través de señas que Otelo se comió al gato, - ¡preparó un asado con mi Pucho! - expresó doña Fidelina. Luzmila no creía semejante disparate, pero no la contradijo.

Los días posteriores, no se les vio fuera de casa a ambas mujeres, algo que a Otelo le causa extrañeza. Pero dentro de casa se orquestaba un plan macabro por parte de doña Fidelina, la misma le contó a Luzmila todo su plan trazado; pensaba irlo a visitar, ofrecerle su amistad y dejar todos los problemas de lado. Planeó llevarle un té y en el mismo habrá un somnífero muy efectivo que le llevará al siguiente nivel del plan: ¡vengaré a mi Pucho!  Tú me ayudarás, aseveró la doña con sus ojos grandes y vidriados que reflejaban demencia. Luzmila está muy asustada. No puede creer las palabras de su abuela.

A la mañana siguiente, tocan la puerta de la casa de Otelo, al abrir se asombra de ver a ambas mujeres en su casa, sobre todo a doña Fidelina, el asombro no se iba de su cara, sin embargo, fue amable.

¡Buenos días! Qué sorpresa tenerlas por acá, hace algunos días que no las veía ni en el patio. Les dijo Otelo.

Es que estábamos muy ocupadas y a su vez tristes por la desaparición de Pucho, pero que se puede hacer- expresa muy convencida doña Fidelina.

Por su parte Luzmila se ve como preocupada y nerviosa.

De seguro aparece, así son los gatos. Declara Otelo

Sí, por supuesto. Responde doña Fidelina.

¿Podemos pasar? Me encantaría hablar con usted sobre algunos temas, aquí en mis manos le traigo un delicioso té que simboliza la paz, ya no quiero pelear con mi vecino.

A lo que Otelo responde sin titubear - con todo gusto, sigan adelante-.

Al entrar a la casa, doña Fidelina le entrega su té y Otelo se lo tomó con todas las ganas.

Al cabo de unos segundos comenzó a sentir mucho sueño y cayó al piso. La “dulce anciano” se ríe a carcajadas y le dice a Luzmila; anda, ayúdame a llevarlo a la parte de atrás, allí extraeré de sus entrañas a mi amado Pucho. Luzmila entendió sin ninguna barrera el plan de su abuela, ella no quería hacerlo, pero no tenía opciones. Le ayuda a sujetarlo y a trasladarlo a la parte de atrás de la casa, era un cuarto de madera donde almacenaban los claveles.

Cuando Otelo despierta, les dice: ¿pero qué hacen, se han vuelto locas?

¡¿Dónde esta mi gato!? ¡¿Dónde está mi Pucho?! – le grita doña Fidelina mostrando una cara de locura.

¡Yo no sé nada de su gato, él era mi amigo, yo lo estimaba mucho! Estoy seguro que aparecerá! Expresa nerviosos Otelo.

¡No, no, no! No mientas, tú te lo has comido en un asado, yo oí cuando el señor Rico te agradecía por la exquisita carne de mi Pucho.

Y sin más que hablar le abrió el abdomen con un filoso cuchillo e inmediatamente se exponen sus vísceras. El pobre Otelo grita desesperadamente, le dice que se detenga, que lo ayude. Grita y grita, pero no logran oírlo.

Luzmila también grita y corre del lugar.

Doña Fidelina no para de reírse en la cara de Otelo y no deja de decirle que se lo merecía por comerse a su gato.

Al cabo de unos escasos minutos Otelo se desangra. Doña Fidelina le corta las vísceras y las convierte en añicos, ella buscaba una parte de su Pucho, mas no encontró rastros. Se retira de la devastadora escena y se va a la casa con la misma tristeza y exhausta.

Luzmila siente cuando su abuela entra a la casa y se va directo a su habitación a dormir. Ella de manera muy sigilosa sale de casa y se dirige a Pueblo Grande, allí ubica la comisaría de la policía y entre tanto llanto y señas logran entenderla. Salen despavoridos directo al pueblo de Tamauro y detienen a Doña Fidelina, esta con suma frialdad sale de su casa esposada y voltea hacia el sitio donde estaba Luzmila, la ve de arriba abajo y le dice: “eres una maldita traicionera, ya verás que me vengaré de ti, te extraeré el cerebro” La policía no entendió casi nada porque todo lo dijo con sueñas y muecas.

Cuando todo se calma, Luzmila llora a su Otelo, se siente culpable por no haber detenido a su abuela, pero ya era tarde. Hizo una maleta, salió de casa sin rumbo conocido, cuando llevaba un par de horas caminando escuchó un maullido entre matorrales, se acercó a ver y ¡vaya sorpresa!, era el gato Pucho, lo toma, lo abraza y sigue llorando por su camino.

Los lugareños del pueblo ya extinto nunca salieron de su asombro, y de Luzmila jamás hubo noticias.

 

 

                                                                                                                                  Fin

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                  Fin

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